Acabamos de llegar de Málaga donde Fer -el mayor- llevó en hombros otro año más a Nuestra Señora de Gracia y Esperanza. Pudimos asistir a la salida del Trono y desde un sitio privilegiado recoger en vídeo ese emocionante  momento, en que los estudiantes desplazan a la Virgen hacia la puerta por donde acaba de salir el Nazareno.

Mientras veía pasar la imagen me parecía que yo iba allí, debajo, y en cierto modo así era porque vivimos un poco en cada uno de nuestros hijos, cada alegría, cada sufrimiento son también nuestros. Mi garganta enmudecía ahogada en lágrimas invisibles y mi alma cantaba por dentro a ese Jesús que aceptó el madero pudiendo andar en las aguas y a su Madre, cuyo semblante se me antojaba que lloraba por mí, por nosotros perdidos en un mundo que ha vuelto la espalda a la Verdad.

¿Religiosidad o folclore?. Cada uno opinará lo que quiera pero bajo aquella imagen muchos jóvenes estudiantes aguantaron de 6 de la tarde a 2 de la madrugada, sin probar más que un poco de agua, recorriendo las calles con más de 20 kilos al hombro, que queda destrozado para varios días.

Que tiene algo de folclore ¿y por qué no?. No me parece extraño que el floclore en un país de honda tradición religiosa refleje el sentimiento de fe del pueblo.

Me parece en cambio penoso que se de publicidad como tradición de mi querido León, que cuenta con unas procesiones antiquísimas y preciosas, a la llamada "procesión de Genarín", un borracho al que la noche de Jueves Santo atropelló un carro de la basura. Los participantes van emborrachándose y rompiendo cascos de botellas. Recorren las calles por donde la mañana siguiente sale la procesión más concurrida de León, en la que muchos cofrades -llamados papones- van descalzos. Es un moderno intento de folclore alternativo que pretende aflorar lo peor de cada uno.