El domingo a mediodía llamaron de nuevo, noté como Luis se había sumergido ya en el espíritu del camino. El cansancio, que permanecía, se tornó alegre, y los obstáculos, que eran los mismos que el día anterior, ya no eran problema. Recordé, contagiada por su alegría, la primera peregrinación que hicimos a pie cuando el mayor de los niños acababa de cumplir 15 años y la pequeña tenía tan sólo 7 meses. Por entonces solo éramos diez –ocho niños, Luis y yo-. Programamos la salida desde Sarria y preparamos la peregrinación con mucha ilusión. Luis encargó una silla de tres ruedas a un herrero y la tapizamos de forma que cabían los tres pequeños –de 7 meses, 2 y 3 años-. El primer día, después del viaje en coche hasta Sarria, programamos una etapa de solo de 8 km para calentar. Al llegar a Barbadelo, donde habíamos reservado alojamiento, mi ánimo estaba por los suelos. La silla funcionaba bien, pero había que empujarla.
Cuesta arriba era imposible soportar el peso con tres niños y cuesta abajo era agotador retener. Durante aquella pequeña marcha las quejas de los niños eran constantes, tenían sed, calor, frío, estaban cansados y preguntaban constantemente cuando iban a comer. Al llegar al alberguel le hubiera gritado a Luis ¡por qué había tenido aquella peregrina –nunca mejor dicho- idea!, pero no podía desconocer que la culpa había sido en gran parte mía. Además, uno de los encantos de Luis es su ilusión de niño, pero de mí cabía esperar un poco mas de sentido común. Lo razonable era volver a por el coche y regresar a casa, pero... y aquella ridícula silla en que tanto habíamos trabajado ¿para qué serviría?, ¿y todos los planes que habíamos hecho con los niños?. En la cena Luis y yo permanecimos un buen rato callados, después me preguntó: “¿Qué tal?. “¡Bah!”, fui mi escueta respuesta. “¿Estás cansada?”, me preguntó. “¡Estoy harta!”, creo que fue mi insolente respuesta. Por fin, me preguntó: “¿quieres que volvamos?”. “No”, respondí rotundamente, “¿y tú?”. “Tampoco”, contestó Luis.
Al día siguiente, previa advertencia de que al que se quejara de hambre, sed o cansancio le facturabamos a León, empezamos a caminar sin saber hasta donde podríamos llegar.
A media tarde habíamos recorrido unos 20 km y estábamos felices. Descubrimos en Fernando, que esa misma semana había cumplido 15 años, el alevín de espartano que hoy es. Su resistencia era mucho mayor que la nuestra. Se hizo cargo de la silla, con lo que sus fuerzas se igualaron a la de los más pequeños que iban andando.
La peregrinación fue tornándose cada vez más austera. Entrábamos en los albergues a sellar las credenciales y los que los regentaban nos animaban a quedarnos. Éramos reacios a repartir niños por las habitaciones, por lo que nos ofrecían una habitación de 8 o 10 camas para nosotros solos. En aquellos tiempos el camino no estaba congestionado y sobraban camas.
Llegamos a caminar 32 km en una jornada y los niños –de 11 a 15 años- aguantaban bien. Luis comenzaba a resentirse de una pequeña lesión de menisco, de la que se tuvo que operar al terminar el camino; y yo un día que me acosté con la sospecha de que al día siguiente no podría andar. No dije nada pero me dolía mucho la zona de matriz, ovarios..., que por entonces tenía muy trabajada.
Llegamos a Santiago con la silla rota, los zapatos machacados y una sonrisa enorme que nos abarcaba a todos. Estábamos mucho mas unidos que antes y teníamos la sensación de que juntos podríamos con todo.
Queridos amigos, si emprendeis el camino recordad que ocurre en él como en la vida, el principio es duro y exige confianza y abandono, después todo consiste en caminar pasito a pasito siempre siguiendo las flechas que indican la dirección correcta. Disfrutad sin excesivas planificaciones, dejaros envolver por la “magia” del camino y confiad en que los problemas se resolverán, me gustaría decir que solos, pero la experiencia me ha demostrado que casi siempre se necesita esfuerzo, ayuda de los demás y, sobre todo, de El de arriba.
“¿Y al final qué?", me preguntaba una amiga. Pues, abrazar al Apóstol, agradecerle su ayuda y prometerle volver pronto.
Por Maria Jesus
Hola Maria Jesús, encantada de saludarte...
ResponderEliminarYo también hice el Camino de Santiago hace tiempo, en el 93...
Entiendo perfectamente todo lo que dices porque lo sufrí y lo disfruté.
Es inexplicable lo que se siente con esta experiencia...sin duda, de las mejores de mi vida.
Mi historia es larguísima y no es este el lugar de ponerme a contar, pero me he sentido muy identificada, y espero que pronto vayáis todos de nuevo...yo, me muero de ganas.
Un saludo y otro para los peregrinos
Muchas gracias por compartir estas cosas. Que Dios os bendiga a todos.
ResponderEliminar«“¿Estás cansada?”, me preguntó. “¡Estoy harta!”, creo que fue mi insolente respuesta. Por fin, me preguntó: “¿quieres que volvamos?”. “No”, respondí rotundamente, “¿y tú?”. “Tampoco”, contestó Luis.»
ResponderEliminarEl título, el Camino, tu post, vuestra familia. Os define.
Un fuerte abrazo.
Gracias por compartir esta fabulosa experiencia.
ResponderEliminarYo no soy muy elocuente y ante tan buen relato solo puedo decir: ¡Ay que bien!
ResponderEliminarMuchas gracias por saber dejarnos sin palabras.
Hola Familia,
ResponderEliminarSoy José Luis de Toledo. Hoy me he decidido a escribir pero suelo ver el blog a menudo para saber noticias vuestras. Nos alegramos mucho de vuestro nuevo título de ABUELOS. Muchos saludos de María del Mar. Al leer esta reflexión que haces del Camino de Santiago me vienen a la memoria muchos recuerdos de cuando realice el Camino en bicicleta. Al final, es el fiel reflejo de la Vida misma. Con sus dificultades, alegrías, fatigas, alegrías, encuentros, despedidas pero siempre la esperanza, la ESPERANZA de llegar a la meta, al final, a Santiago, al Cielo. Un abrazo para todos
Que delicia de aventura, yo hice el camino el año pasado con muchas comodidades... lo quiero repetir y tendré en cuenta vuestro ejemplo.
ResponderEliminarGracias