Instituto Juan
Pablo II...... nace del amor que San Juan Pablo II profesaba al amor humano,
siendo la enseñanza del amor humano uno de los temas centrales en que
fundamentó su sacerdocio.
Ya desde su
época de sacerdote acompañó a jóvenes novios y se dio cuenta de la necesidad de
enseñar el amor y afirmar la vocación al matrimonio como una vocación a la
santidad.
Para explicar
la verdad sobre el hombre y sobre el matrimonio no es suficiente con la
argumentación de la filosofía natural, hay que argumentar desde la antropología
humanística. Sólo con Cristo entendemos quienes somos. Cristo está en la cruz
con los brazos abiertos sin reservarse nada. Es necesario atender a la razón y
a la Revelación.
San Juan Pablo
II parte de cuatro experiencias originarias: La soledad original, la unidad
original, la desnudez original y el pecado original.
Dios crea al
hombre por amor, a su semejanza, el hombre es un “tu” para Dios. En sus
orígenes el hombre está unido a Dios en armonía y paz en un estado de inocencia
original. Pero el hombre, que domina todas las creaturas se siente solo porque
no es igual a ellas. El pasaje del Génesis nos revela el asombro del hombre
cuando Dios crea a la mujer y se siente atraído por ella, advierte que es
semejante a él, carne de su carne y hueso de sus huesos, diferente pero
complementaria, capaz de ser acogida y acogerle. Se trata de la experiencia de
la unidad original, una vez superada la soledad originaria.
Desde el
principio el hombre y la mujer son llamados al matrimonio: "Por
eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una
sola carne" (Génesis 2,24) y reciben el mandato de crecer y multiplicarse.
Somos creados para la unidad y en ese estado
originario no advertían su desnudez porque en el plan de Dios no estaba la
concupiscencia, que surge como consecuencia del pecado original que provoca la
pérdida de la gracia originaria y
oscurece el corazón del hombre; cambia la mirada de los cuerpos, que
pasa de la transparencia a la vergüenza; ofusca el sentido esponsal del cuerpo
y lo convierte en objeto de dominio.
El
hombre tiene que aprender a amar porque el pecado afecta a nuestra
naturaleza (conciencia y libertad), pero por sí solo no puede superar esta
desintegración, tiene que abrazarse a Jesucristo, que al encarnarse asumió
nuestra naturaleza y, en cierto modo se unió a todo hombre, y al ofrecer su
cuerpo en la cruz por amor nos redimió y restableció el significado de la
existencia humana.
Ese hombre
histórico lo descubrimos en nosotros mismos, que hemos sido creados para amar
pero nos es difícil entregarnos, tendemos a dominar, nos cuesta hacer el bien,
necesitamos de la gracia y podemos restaurar el valor del cuerpo a través de la
pureza porque el corazón del hombre ha sido redimido por Jesucristo. En este
sentido la virtud da la castidad aparece como expresión del verdadero lenguaje
del cuerpo humano y la integración de la persona humana. Esta virtud lleva consigo amar bien, como
conviene a un hombre, encauzar y regular la tendencia sexual según las exigencias
peculiares de cada vocación. No tiene por objeto suprimir o anular nada que sea
específicamente humano.
Para el
cristiano la sexualidad es buena, siempre y cuando se realice de modo
verdaderamente humano y como parte integral del amor. El desorden en el uso de
la sexualidad destruye la capacidad de amar de las personas. La separación del
sexo y procreación y del sexo y matrimonio, manipula y envilece la sexualidad.
La base de la
reflexión es la completa verdad sobre la persona humana. La persona humana es
un ser espiritual y corporal que existe bajo dos modos diversos y
complementarios de encarnar la misma naturaleza humana. Ser hombre y ser mujer,
son dos modos diversos y complementarios de ser idénticamente persona humana.
El hombre no
se da a sí mismo su existencia, el Creador lo ha hecho semejante a él, lo ha
dotado de espíritu. Pero cuerpo y espíritu no aparecen disociados en el hombre
sino formando una unidad. Materia y forma se copertenecen. Los estados del alma
tienen su expresión corporal y, a su vez, dependen, en cierta medida, de los
procesos biológicos que los acompañan.
Cuerpo y espíritu tienen dinamismos distintos y potencias o modos de
actuar diferentes. En la sexualidad, como dimensión que es de la persona humana
están presentes los tres dinamismos: el dinamismo físico-psíquico (impulsos y
pasiones) percibe la realidad en relación con la persona, a este
dinamismo corresponde la dimensión erótica, que tiende a querer lo útil,
necesario, placentero... El dinamismo espiritual (motivaciones y decisiones
libres) es capaz de percibir lo abstracto, la realidad en sí misma y por sí
misma, a este dinamismo corresponde la dimensión amorosa. La
persona, que constituye una “unidad en el ser”, según hemos visto, debe
también proceder como unidad en el obrar. Es preciso, por tanto, integrar la
actividad humana y para que ello sea posible debe existir una jerarquía u
orden entre las partes. La propiedad específica del espíritu es dominar lo no
espiritual, el proceso de integración será una subordinación del dinamismo
físico al psíquico y del psíquico al espiritual.
El acto físico
y psíquico de unión sexual se subordina al acto espiritual de donación personal
de los esposos, del cual pasará a ser expresión. La unión sexual debe ser, por
tanto, una forma de intercomunicación personal, que tiene su cauce adecuado en
el matrimonio, donde un varón y una mujer asumen el compromiso de entregarse y
aceptarse recíprocamente de por vida en orden a los fines de ayuda mutua
(unitivo), generación y educación de la prole (procreativo). La unión conyugal
está en el SER de los esposos, pero su realización pertenece al obrar.
El significado de la sexualidad es la apertura a la
donación, pero este significado y el carácter complementario de varón y mujer
son verdades que se niegan en la actualidad desde distintos movimientos.
El feminismo radical, sobre todo en su versión marxista
estableció como clases en confrontación la de los hombres y la de las mujeres y
convirtió el feminismo en lucha contra el varón, al que entendió como culpable
de la opresión de la mujer. Pero al atacar la masculinidad como camino de
liberación de la mujer se pretendió la identificación con el hombre y se
destruyó la feminidad porque el hombre y la mujer descubren su masculidad y
feminidad precisamente en su relación con el otro sexo, se autonecesitan.
El amor libre, la homosexualidad y la contracepción son
comportamientos que contradicen el significado profundo de la sexualidad. Ideología género......
En la sociedad actual hay un ataque brutal, sistemático y
organizado contra el matrimonio y la familia porque es precisamente en la
familia donde se forma la persona.
Sor Lucía advierte que la última batalla es contra el
matrimonio y la familia.
Sólo se puede comprender la familia desde la vocación al
amor, un amor de decisión porque el matrimonio y familia es una tarea de
libertad personal. El matrimonio es un
sacramento que tiene como ideal de semejanza del amor de Cristo-Esposo e
Iglesia-Esposa. El matrimonio es en sí una figura de esa misma
relación.
San Juan Pablo II propone una visión integral del amor
humano.
El hombre alberga en su corazón una sed de infinito. Se
pregunta quién soy, de donde vengo y a dónde voy y experimenta un deseo de
felicidad que sólo Dios es capaz de colmar, es un deseo natural que Dios ha
puesto en el corazón del hombre para atraerle hacia Él..
La moral no es un conjunto de normas sino un eco de la
llamada de Dios .
La felicidad sólo se logra trascendiéndola. Recibimos la
vida como don y sólo cuando entregamos respondemos a nuestro ser esponsal.
En el matrimonio el bien del amado, su santidad, se
convierten en el fin principal del otro.
La vocación al amor es lo que nos hace que seamos
semejantes a Dios y que tendamos a Él.
La revelación reconoce dos modos de realizar ésta vocación
al amor que se complementan: el matrimonio y la virginidad por el reino de los
cielos, que es una vocación en la que la persona se entrega en su totalidad a
Dios, aunque no es la vocación más común si la más sublime